viernes, 3 de junio de 2011

Azul

Corre, corre.
Infinito.
No existe camino bajo sus pies.
Sólo sus miembros desnudos;
abajo hay vacío.
Misterio.
Todo es también infinito si alza la cabeza.
Todo es, entonces, azul, y ese azul se mezcla con sus ojos y su rostro
pálido, petrificado.

Ya no corre.
No reconoce el camino.
¿Adónde para el suicidio?
Después, ¿podrás volar? Le gusta el sabor amargo del café.
Las tardes sucias de litros y vómitos. Le gusta tenerlo muy adentro,
en el interior de su cabeza. A Él. Mientras todo lo demás se escapa.

¿Habrá colores?
No importa el color azul celeste, ni es esplandor de los astros.
¿Acaso le salvará la poesía?
Necesita, al fin, no dudar.
¿Dónde quedarán sus palabras? ¿Acaso importa?
Exististe. Fuiste casi feliz, a veces.
Entonces, ¿qué más da?
Pero... ¿Dónde llegará el viento que arrastraba sus palabras?
Quizá sirvieron simplemente
para acariciar el oído de algunas personas
ya difuntas en su corazón.

No se le escapa nada. Retiene todo recuerdo.
Quiere morir escuchando música mística. Voces de personas.
Guitarras solitarias, tocadas por dedos vírgenes.
Quiere morir con ese azul celeste.
Quiere morir sonriendo.
Como una sabia decisión que a nadie le incumbe,
más que a ella.
Ella, siempre Ella.
Él, siempre Él. Todos ellos, ¿qué será de todos ellos?
Nunca más los amaré, porque perderé los sentidos: los cinco sentidos.
Me desertaré en la cumbre del abismo más hermoso y solitario,
que es la muerte.
Pero yo, yo quiero oír guitarras vírgenes, y voces suaves, y soñar,
y amar los silencios, y amar una muerte que contenga todo eso.
¿Cuánto tiempo durará la caída?
Aún seguiré cayendo a pesar de encontrarme ya en el suelo
ensangrentada, con la suave espuma roja en la cabeza.
¿Habrá sonido de gaviotas? ¿De risas?
¿Del mediterráneo, que me llevará?

No sólo soy un cuerpo inerte: soy un cuerpo que piensa y ama.
Quiero encontrarme a mí misma
en la suave caída.

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